Zé
es un ingeniero comunista de 45 años, portugués, vecino de la comunidad de rio
tinto, Porto, Portugal. Con el que hace una década iba a jugar futbol en una
pequeña cancha de cemento detrás de una abadía en escombros, rodeados de azinheiras
y carvalhos.
En uno de los tantos desafíos de los domingos me retó a que si perdía me invitaba a visitar Nazaré, una localidad turística al norte de Lisboa. Yo llevaba muy poco tiempo en Portugal con lo cual ese domingo estuve endiablado, hice cuatro goles, dos guachas al arquero, que era él precisamente, una furibunda patada de 10 metros a media altura y una que entré como un obús ruso llevándome a toda la defensa. El portugués no había visto a nadie tan eufórico jamás en su vida, es que cuando a los peruanos nos hacen ofertas sin costo alguno, no nos para nadie, y Zé tuvo irremediablemente que cumplir con su promesa, porque presentía que de n hacerlo, estaba decidido a meterle seis y ocho y diez las próximas citas. De tal forma, que al final de julio señalamos la fecha de partida.
En uno de los tantos desafíos de los domingos me retó a que si perdía me invitaba a visitar Nazaré, una localidad turística al norte de Lisboa. Yo llevaba muy poco tiempo en Portugal con lo cual ese domingo estuve endiablado, hice cuatro goles, dos guachas al arquero, que era él precisamente, una furibunda patada de 10 metros a media altura y una que entré como un obús ruso llevándome a toda la defensa. El portugués no había visto a nadie tan eufórico jamás en su vida, es que cuando a los peruanos nos hacen ofertas sin costo alguno, no nos para nadie, y Zé tuvo irremediablemente que cumplir con su promesa, porque presentía que de n hacerlo, estaba decidido a meterle seis y ocho y diez las próximas citas. De tal forma, que al final de julio señalamos la fecha de partida.
Yo
estaba esperándolo en mi piso de fanzeres sobre las 8 de la mañana, que es la
hora en que amanece en Europa. Mirando con angustia por las persianas el
momento en que la luz restañe. Esta situación es de las cosas que más le cuesta
a un extranjero de esta parte del mundo aceptar. Que el sol salga después de
las ocho de la mañana. Recalco, es angustiante esperar al sol. Mientras tanto
tienes que movilizarte entre tinieblas para ir al trabajo, o para hacer la
compra del pan. Una verdadera desgracia.
Cuando
Zé llegó en su Renault Megane, el clásico, un carro que se vende como pan
caliente por toda esa región. Después del necesario “¿Tudo bem?” que es
invariablemente la manera en que te saluda un portugués, hicimos el recorrido a
Nazaré. Más de 200 kilómetros entre playas blancas, rocosas, abetos, filas de
cabras, filas de motos, soplos de aire caliente como el aliento del infierno, estaríamos
a 35 grados ya, bordeando las apacibles ciudades de Aveiro, Figueira da Foz y Leiria.
La
conversación entre nosotros era extremadamente política porque a ambos los
temas políticos nos atrapaban, podíamos pasarnos toda la noche bebiendo cerveza
y hablando de Marx, de la plusvalía, o de la revolución de terciopelo (Checoslovaquia)
a finales de los noventas, que él vivió en primera persona siendo estudiante de ingeniería
con una beca en la universidad Carolina de Praga. Le encantaba rememorar
las incidencias de aquel proceso como si los volviera a vivir, y yo me sentía por momentos transportado gracias a la locuacidad de mi amigo, al medio
de esa muchedumbre aperturista en la plaza san wenceslao. A Zé no le gustaba
Havel, a mí no me gustaba la perestroika, lo que daba pie a más charlas, pero cuando
iba a contarme como hacían los camaradas cubanos estudiantes para acopiarse de trago
y papel higiénico en pleno caos del orden cheko, y la inminente dimisión del
gobierno… estábamos ya en la “vila e concelho do Nazaré”.
Carlos Rodríguez E.
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