Inicialmente, Victor Raúl estaba sólo interesado
en la educación del pueblo, y no quería hacer política, aún cuando era sobrino
carnal del Vice-Presidente de Leguía, Agustín Haya. A este mismo tío le dijo
una vez, antes de que su partido asumiera el Poder, "Está bien que caiga
el civilismo, pero no creo mucho en los que vengan a suplantarlo." Sin
embargo, cuando la fábrica de tejidos "El Inca" se declara en huelga,
entusiasmado por las reivindicaciones obreras en el mundo, Victor Raúl se
vuelve un ferviente defensor de la causa obrera en el Perú, sobre todo de la
jornada de ocho horas, la cual contribuye a lograr como miembro de la
Federación de Estudiantes del Perú, involucrando a los estudiantes con los
obreros y haciendo de representante de esta unión ante el gobierno de Leguía.
Luego vendría la lucha por las reformas universitarias, que también logró, la
exitosa Organización de las Universidades Populares González Prada, donde un
grupo de universitarios daban instrucción nocturna gratuita a cientos de
obreros, que llegaron a ser miles de fieles seguidores, y finalmente las
huelgas y la lucha contra la utilización de la religión para legitimar el
régimen totalitario, que pretendía consagrar la dictadura al Sagrado Corazón de
Jesús. Todo lo que defendió, lo logró; sin perder su idealismo. Varias veces
intentó Leguía ofrecerle trabajo y dinero por quedarse callado, y al no aceptar
terminó ofreciéndole una pequeña fortuna, quince mil dólares de la época, más
una pensión de cien libras mensuales si se iba del país voluntariamente. Pero
su conciencia era incomprable. Esto le costó la prisión y el temprano
destierro. Era el comienzo de una vida de lucha incansable