Bertha llegó sobre las dos de la mañana. Aunque realmente eran las cuatro. Me miento a mí mismo sobre la hora y ella me sigue la corriente. Ambos nos engañamos para no caer en furibundos reproches en la habitación del hostal, como las primeras veces que la cogía del pescuezo rosa, y ella me apretaba los huevos negros con la mano derecha. Además da igual que sean las dos como las cuatro, la cuestión es que ella está conmigo en la cama, succionándome y rodando de aquí para allá entre las sábanas. Huele a trago, pero yo también huelo a trago. Los dos estamos medio borrachos. Pero los dos estamos abrazados, calatos. No quiero pensar con quienes ha estado. Bertha no es mujer de estar con un solo hombre, me lo había dicho hace tres años cuando la conocí, deslizando su mirada por la caída ondulante de su cuerpo.
- Sería una tontería de tu parte pedirle fidelidad a este culo tan bonito. Me dijo.
Y tiene razón. Es tan redondo, tan empinado. Como de negra. Ahora que lo contemplo en toda su salvaje voluptuosidad, siento que sin ayuda de otros, no podría satisfacerlo. Me perdería en ese largo y jugoso orificio.
Ella no se queja que al despertar el día tenga que dejarla tirada en la cama, e irme con mi mujer y mis hijos, fingiendo que ha terminado mi hora de vigilante en una fábrica de neumáticos que no existe. Nunca me pregunta de qué vivo, qué planes tengo. Cómo me llamo en realidad. Tampoco me exige plata. La que le deje buenamente en la mesita de noche para el alcohol, está bien. No es una puta. Es algo peor que eso.
De repente cesa la agitación, vuelven a correr las agujas del reloj, y quedan flotando en el aire largos resoplidos y un aroma a pan acre, quemado. Hemos terminado el trabajo por hoy. Fumo, ella duerme. a veces ocurre lo contrario. No pienso a que otros brazos se entregará en el correr del día, y ella no piensa que si me atrapan jamás reconoceré que la conozco de algún lado. No es amor lo que tenemos, no es ni siquiera sexo entre personas con un mínimo de piedad. No somos leales a nada. Salvo a ese tiempo corto en las tinieblas de este hostal que necesitamos para juntarnos, no para estar juntos. su vida y la mía son unas vías paralelas que marchan al despeñadero. No existen compromisos, ni me jura nada. La llamo Bertha, y sé que ese no es ni lejanamente su nombre. Por ello me dice cielo o muñeco, el nombre que le di tampoco es el mío. Nunca nos diríamos algo verdadero sobre nuestras vidas. Lo tenemos claro. Al despedirnos no sabemos si habrá mañana. Me guiña el ojo, coge su cartera, baja las escaleras hasta el parking y desaparece. Mientras me alejo por el otro sentido, tengo la sensación que no estuve aquí... con nadie.
Ella no se queja que al despertar el día tenga que dejarla tirada en la cama, e irme con mi mujer y mis hijos, fingiendo que ha terminado mi hora de vigilante en una fábrica de neumáticos que no existe. Nunca me pregunta de qué vivo, qué planes tengo. Cómo me llamo en realidad. Tampoco me exige plata. La que le deje buenamente en la mesita de noche para el alcohol, está bien. No es una puta. Es algo peor que eso.
De repente cesa la agitación, vuelven a correr las agujas del reloj, y quedan flotando en el aire largos resoplidos y un aroma a pan acre, quemado. Hemos terminado el trabajo por hoy. Fumo, ella duerme. a veces ocurre lo contrario. No pienso a que otros brazos se entregará en el correr del día, y ella no piensa que si me atrapan jamás reconoceré que la conozco de algún lado. No es amor lo que tenemos, no es ni siquiera sexo entre personas con un mínimo de piedad. No somos leales a nada. Salvo a ese tiempo corto en las tinieblas de este hostal que necesitamos para juntarnos, no para estar juntos. su vida y la mía son unas vías paralelas que marchan al despeñadero. No existen compromisos, ni me jura nada. La llamo Bertha, y sé que ese no es ni lejanamente su nombre. Por ello me dice cielo o muñeco, el nombre que le di tampoco es el mío. Nunca nos diríamos algo verdadero sobre nuestras vidas. Lo tenemos claro. Al despedirnos no sabemos si habrá mañana. Me guiña el ojo, coge su cartera, baja las escaleras hasta el parking y desaparece. Mientras me alejo por el otro sentido, tengo la sensación que no estuve aquí... con nadie.
Carlos Rodríguez E.
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