martes, 9 de febrero de 2016

El día en que Ferrero murió en "Pulso" - César Hildebrandt

 

Por : César Hildebrandt
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César Hildebrandt a los 19 años

La primera vez que estuve en un set de televisión fue en el programa de Juan Sedó. No tenía edad para saber que era un programa espantoso y nunca supe por qué estuve allí junto a otros niños idiotas que hacían fila para presentarse, pero allí estuve y es hora de admitirlo. Nunca me tentó, sin embargo, llevar a alguno de mis hijos a hacer lo mismo con tío Jonnny, el del vaso de leche, el saco a rayas y la sonrisa a la plancha dental, sucesor de Juan Sedó en Canal 4 y antecesor de Yola Polastri, la que llegaría a ser hermana, madre, abuela y tatarabuela inmortal de los ate-rrorizados niños del Perú.
La segunda vez fue muchos años después, cuando el viejo Alfonso Tealdo me invitó a formar parte de su panel en el "Pulso" original, no el adefesio que alguna vez se transmitió, a manera de remedo, por lo que quedaba de Canal 5: una pandilla de sobrevivientes, bustos 36B parlantes y debedores de deudas eternas con pistola al cinto. Éramos un montón en esa escuadra y el asunto era esmerarse en hacer la pregunta más fregada, más vistosa y más corta. Estaban, entre otros, Ricardo Müller -un tipo buena gente siempre y cuando no estuviera bebiendo o inhalando-,que era de los mejores preguntando; Manuel D 'Ornellas, un colega entrañable y talentosísimo que terminaría su carrera desfigurado por la lepra del fujimorismo y que en ese "Pulso" hacía las preguntas más noticiosas; César Arias, que a veces aburría como un rosario murmurando y que en otras ocasiones la achuntaba con un gancho al hígado; y, bueno, estaba este escriba que era jefe de redacción en "Caretas" y se esmeraba todo lo que podía en documentarse para acuchillar con recortes de declaraciones antiguas y contradictorias al invitado de la semana.
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Grabábamos en un estudio caluroso y el asunto era hacerse talquear la cara antes de hablar para no salir dando náuseas. A veces, sin embargo, a Müller, que trabajaba para Baruch lycher, le brotaban gotas gordas de estirpe bíblica que le daban al negro de su piel un cierto aspecto de beduino en marcha. Cuando eso sucedía, Tealdo llegaba a interrumpir la grabación, ordenaba secar y empolvar a Müller y mandaba continuar con la misma voz de pito que siempre tuvo y que parecía tan aguda como su inteli-gencia.
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Tealdo fue un maestro del periodismo porque jamás quiso enseñar, que de eso se trata con los verdaderos maestros. Habla sido un escritor de polendas, un bohemio irreductible, un borracho perdido y siempre, sin importar cómo estuviera, un periodista que olía la trufa blanca así estuviese a un kilómetro. Fue uno de los nuestros y de los más brillantes y pasó de la prensa escrita a la radio y de radio a la tele sin perder la compostura ni el brillo. Terminó los años que le tocaron en la ruina, maltratado por Panamericana Televisión, olvidado por la envidia y ninguneado por el país que lo había exprimido sin recompensa alguna.
Pero en esa época Tealdo era el capitán de la tele y nosotros, los del panel de "Pulso", su marinería.
Un día nos avisaron que el invitado era Raúl Ferrero, un abogado buen mozo y de éxito que acababa de fundar un partido político que, según se decía, pretendía heredar la clientela de Acción Popular. Era un hombre sin pasado político que publicaba artículos de connotaciones jurídicas en el diario "Expreso" y que nadie sabía por dónde agarrar. Faltando un día para el encuentro, me llegó un sobre de la oficina de Manuel Ulloa, mandamás de Acción Popular y custodio financiero del partido de Fernando Be-launde. Dentro del sobre había un libro y dentro del libro una página señalada con un marcador y párrafos pintados con un resaltador. El libro venía acompañado de un artículo que Raúl Ferrero había publicado en "Expreso". Bastaba leer los párrafos marcados en el libro y compararlos con los del artículo para darse cuenta de que se parecían como una fotocopiadora se parece a otra fotocopiadora de la misma marca y modelo. El asunto era que el libro se había publicado diez años antes que el artículo: Raúl Ferrero acababa de morir como un nonato más de la política peruana.
Y, en efecto, murió en el set de "Pulso". Confrontado con el plagio, se puso verde retama, primero, y amarillo desvaído, después, balbuceó una respuesta que contenía las frases "demasiadas ocupaciones" y "omisión de cita" y entró con todos los honores al panteón de las jóvenes promesas interrumpidas por un hallazgo perverso. Al terminar la grabación, Tealdo se me acercó y me dijo: -Lo mataste. ¿De dónde sacaste el libro? -Me lo dio alguien pero no te puedo decir quién.
En efecto, Manuel Ulloa me había hecho prometer que jamás diría que fue él quien me envió el misil que mató al que hubiera podido ser el otro Belaúnde. Después me enteraría de que Ulloa había contratado a un equipo de sabuesos para que rastreara todo lo imaginable de aquel enemigo expectaticio. Dos meses después de hurgar en todas partes, alguien de la jauría gritó ¡Eureka! -bueno, algo mucho menos académico que eso, algo así como "lo tenemos cogido de los huevos"- al tropezarse con la copiandanga. Y meses después, Belaúnde Terry ganaría las elecciones para ejercer por segunda vez el mando del país. A la hora de morir de lesa fama, Raúl Ferrero tenía el 5% de intención de voto. ¿Hubiera cambiado la historia si hubiese seguido en carrera? ¿Habría aprovechado el hirsuto Villanueva del Campo la división del centro en dos candidaturas? Nadie puede decir nada al respecto, pero lo cierto es que Manuel Ulloa me convirtió en asesino y que yo estuve muy a gusto apretando el gatillo. ¿Lo haría de nuevo? Sin duda, porque, más allá del hecho de ser utilizado, estaba el hecho pétreo del plagio y de lo que eso implicaba como demostración de deshonestidad.
En realidad, ese asunto del plagio siempre me ha parecido una de las cochinadas mayores. Y en nuestro medio la han practicado con gusto y sin vergüenza, don Fernando Iwasaki o don Alfredo Bry-ce Echenique. El primero se deslizó en ese charco antes de ser famoso y premiado, es cierto, y el segundo resbaló traicionando a uno de sus mejores amigos, lo que revela la catadura moral de este escritor tantas veces estupendo. Los bonos de este escribidor, entonces, subieron como la espuma. Y de resultas de ese homicidio figurado y de algunos otros asaltos exitosos a diversas reputaciones, me llamaron del Canal 4.
Querían que dirigiera la cobertura de la jornada de 1980 y que me dedicara a la producción de un programa político. La propuesta me la hicieron, a dúo, Mauricio Arbulú y Nicanor González en aquella oficina alargada que olía a humo de cigarrillo y frente a la cual hacían cola, con sus peticiones bajo el brazo, los gerentes de todas las áreas. Pero aceptar la propuesta de América Televisión suponía cortar mi vínculo con "Caretas", la revista a la que le debía casi todo. Y aquí debo hacer un paréntesis para que se en-tienda de qué tipo era mi conexión con la revista de Doris Gibson y Enrique Zileri.

Cronica publicada en la Revista HILDEBRANDT EN SUS TRECE DEL 23-04-2010

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