En
Villa Mercedes, la biblioteca era su lugar preferido. Las estanterías eran
simples y rústicas, y los libros que había en ellas los había ido reponiendo
poco a poco, porque su biblioteca original, de miles de volúmenes, había sido
requisada por una de las tantas dictaduras que él combatió. Sobre un escritorio
simple, de madera lisa, estaba su pequeña máquina de escribir, siempre con un
papel en blanco puesto y listo para empezar. Siempre grandes montañas de
papeles sobre el escritorio, notas, memorandums, planes cercanos y lejanos. Un
sillón y unas sillas de cuero repujado para las visitas. Estaban también allí
la toga y el birrete que recibió al graduarse en Oxford, donde terminó sus
estudios económicos y sociales. Siempre guardó este atuendo y lo enseñaba con
alegría a quien la quisiera ver.
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