Finalmente
los fallos de la Corte Internacional de Justicia de La Haya contribuyeron a
aislar a la dictadura peruana y a debilitar su intransigencia. El fallo de la
Corte Mundial del 20 de noviembre de 1950 señaló que no había pruebas
suficientes para considerar a Haya de la Torre “delincuente político” o
“delincuente común”, como aseguraba el régimen peruano. Sin embargo, también
introducía una delicada ambigüedad: “No se puede calificar el delito cometido
por Haya de la Torre ni se puede obligar al Perú a expedirle salvoconducto”.
Realizada
la apelación, un nuevo fallo del 13 de junio de 1951 benefició en términos más
concretos al asilado, señalando que “Colombia no está obligada a entregar a
Víctor Raúl Haya de la Torre a las autoridades peruanas” y que el Tribunal
tenía confianza en que “las partes […] estarán en capacidad de encontrar una
solución práctica satisfactoria”. De este modo, la dictadura peruana estaba
obligada a discutir una solución al conflicto sobre la base del reconocimiento
de los derechos del asilado.
Luego
siguieron casi tres años de difíciles negociaciones entre Perú y Colombia.
Logrado finalmente el salvoconducto, Haya de la Torre partió de Lima expulsado
del país y privado de un pasaporte peruano, rumbo a México, el 6 de abril de
1954. La comunidad democrática del continente saludó con algarabía su
liberación.
Víctor
Raúl era consciente de la amplia repercusión y de la importancia que había
tenido su caso en los medios de prensa y en la radio, pero no había reparado en
que el tema era conocido por los niños más humildes. En Managua, durante una
escala técnica del avión que lo transportaba a México, un grupo de muchachos
lustrabotas se acercó a saludarlo, entre ellos, con gran entusiasmo, un niño de
apenas 10 años. El líder político peruano le preguntó sorprendido: “Pero,
¿sabes quién soy yo?” y el chico respondió, “¡Claro! ¡Usted es el Señor Asilo!”
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